lunes, 5 de diciembre de 2011

Mi primera vez


Que vi toda mi vida en un segundo

 
Era verano de 1994, acaba de finalizar el año escolar, lo que significaba que las tan esperadas vacaciones de fin de año acababan de comenzar. No más colegio, tareas, ni levantarse a las 7 de la mañana, empezaban los carnavales, en polo y short todo el día, nada de preocupaciones solo pura diversión.
Fue en ese año que mi padre se mudó a la ciudad de Pucallpa por motivos de trabajo, es por esa razón que mi hermana y yo estábamos destinados a viajar y pasar las vacaciones en esa ciudad. La idea me encantó desde el momento en que mi madre nos dijo cuáles eran los planes. Estaba muy emocionado, nunca había viajado fuera de la ciudad, lo más lejos que había llegado fuera de Lima era Chosica, lo cual ya me parecía todo una hazaña.
Pero toda mi felicidad se esfumó cuando mi madre nos dijo que el viaje seria en avión, aún recuerdo el rostro de mi hermana, con la boca abierta y moviendo la cabeza con un gesto de negación. Yo por mi parte no le veía nada de malo, es más, la idea de volar siempre me pareció interesante, ya que mi experiencia más cercana a volar había sido subirme al juego del helicóptero del legendario Play Land Park.
Pasaron los días y el momento decisivo estaba cada vez más cerca, durante la semana hicimos todos los preparativos para el viaje, comprar las maletas, ropa de verano, los pasajes y pastillas para el mareo.  Luego, la aburrida tarea de ordenar las maletas. Yo las tenía hechas dos semanas antes, era mi primer viaje fuera de Lima y todo tenía que ser perfecto, no podía olvidar ni un solo detalle.
El tan esperado día llego, me levante temprano por la mañana ya que la emoción no me permitía  disfrutar de mis  tradicionales 10 horas de sueño (por una extraña razón de pequeño tenía el síndrome del oso invernadero). El vuelo estaba programado para las 3 de la tarde.
Al llegar al aeropuerto pasamos al counter a dejar nuestro equipaje y en donde nos esperaba una señorita de la ya desparecida aerolínea Aero Continente la cual nos escolto hasta el avión pues mi hermana y yo éramos menores de edad que viajaban sin compañía de ningún adulto.
Al caminar por la puerta de embarque pude ver la gigante máquina que me llevaría a mi destino, era de color blanco con francas azules a los lados con un extraño logotipo en la cola que parecía un sol.
Al subir las escaleras sentí un ligero escalofrió en el cuerpo, una sensación extraña que iba aumentando conforme me acercaba a mi asiento, el cual estaba en la parte delantera del avión, justo al frente al de las aeromozas quienes nos vigilaban en todo momento. Para mi buena suerte me toco el asiento que daba a la ventana, así no me perdería la vista de la ciudad desde el aire.
El despegue trascurrió con normalidad, solo esa sensación de vacío en mi estómago que confundí con mareos pero los cuales desaparecieron al ver la imagen de la ciudad desde el aire,  podía ver el mar del Callao y a las personas y edificios que se hacían cada vez más pequeños, para mis cortos 8 años era una experiencia increíble, me decía a mí mismo “nunca olvidare este día”.
Ya faltando unos 20 minutos para finalizar el viaje, las aeromozas empezaron a repartir un pequeño refrigerio a los pasajeros, una cajita con los colores de la aerolínea la cual contenía un sándwich, caramelos, una empanada y servilletas, luego pasaron a las bebidas. Fue en ese momento cuando empezó la pesadilla. El capitán hablo por el circuito de audio del avión: “señores pasajeros abrochen sus cinturones que vamos a pasar por una ligera turbulencia”  segundos después de escuchar el mensaje pude sentir nuevamente esa extraña sensación de vacío en mi estómago, fue cuando la gaseosa de mi envase salió disparada hacia el techo del avión, seguido de gritos y un extraño zumbido, giré mi cabeza hacia los asientos de al lado y pude ver a una señora rezando junto a su hija, aun no entendía lo que pasaba.  En ese momento mi hermana me cogió de la mano fuertemente, vi su rostro y estaba llena de lágrimas, fue ahí que comprendí que iba a morir, extrañamente vinieron a mi mente recuerdos de toda mi vida, como la primera vez que subí a una bicicleta, el día que aprendí a nadar, los días en el colegio, el rostro de mis padres, mis amigos. Todo en una milésima de segundos, solo atine a cerrar fuerte los ojos y esperar lo peor.
Fue en ese momento que escuché una voz casi angelical diciendo: “tranquilo solo fue un remesón”  me arme de valor para abrir los ojos y pude ver a la aeromoza, quien trataba de tranquilizar a los aterrorizados pasajeros, al aterrizar el avión recuerdo haber llegado a la zona de desembarque y ver a mi padre esperándonos entre la multitud, corrí lo más que pude y me lance a sus brazos y le conté la terrible experiencia.
Así pasaron los 3 meses de vacaciones, ya de regreso a casa, pensando en lo ocurrido,  comprendí lo fácil que puede ser perder la vida y que uno debe disfrutar cada minuto como si fuera el último y lo más importante viví en carne propia la experiencia de ver pasar toda mi vida en un segundo, toda esta meditación la hice tranquilamente sentado en un bus rumbo a Lima.

 

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